¡A cenar!

A cuenta de un artículo que he escrito para mi blog profesional en la Escuela de Inteligencia Directiva, donde se analiza cómo nos comportamos las personas en nuestro mundo avanzado de hoy, sale una característica que me parece importante traer a esta faceta más personal sobre la que también escribo.

Resulta que tenemos bienes y cosas que las generaciones anteriores no podían ni imaginar. Se supone que nos deberían ayudar a tener una vida sería más fácil y mejor. Y sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, vemos un nivel de insatisfacción bastante elevado. Los datos dicen que la depresión es la gran epidemia de este siglo XXI. No en vano, es la segunda causa de muerte en la juventud, según la Organización Mundial de la Salud.

Decía Einstein que nuestra época se caracterizaba porque nunca había habido más perfección en los medios, y a la vez, confusión en los fines. Parece ser que se nos ha olvidado lo que realmente es importante en la vida.

Hay unos cuantos factores que explican este hecho, y entre ellos toma especial relevancia el de la transformación que se ha dado en la familia como institución, lo que se traduce en cambios en los hábitos y costumbres de la vida dentro de casa.

Varios estudios hechos en Estados Unidos dicen que un padre o una madre dedicaban, de media, 45 minutos al día a estar con sus hijos (lo que se conoce como tiempo de calidad) en los años 60. Hoy, ese tiempo se ha reducido hasta los 6 minutos.

Los suecos Kjell Nordström y Jonas Ridderstrale hablaban de un caso curioso en su libro “Fanky Business”. La empresa noruega Stokke lanzó una silla especial para niños en el mercado francés. Las ventas estuvieron muy por debajo de lo esperado. La razón: las familias ya no se sentaban a comer juntas. Cada miembro lo hacía a una hora diferente. Y por lo tanto, las familias no necesitaban una silla que pusiera a los niños a la misma altura que los adultos a la hora de la cena.

Desde que soy padre he leído mucho sobre educación. Durante este tiempo me ha llamado la atención la cantidad de veces que habré visto a gente decir que lo importante, hoy, no es tanto la cantidad de tiempo que se pasa con los hijos, sino la calidad. Alguien llegó, incluso, a cifrarlo en media hora semanal (la pena es que no he encontrado ese artículo, pero me quedé con el dato).

Es algo con lo que estoy en profundo desacuerdo. Sé que la vida es como es, que cada vez tenemos menos tiempo (que es otro aspecto sobre el que se podría hablar largo y tendido). Que estamos saturados con la hiperconectividad y el exceso de información (mucha de ella falsa), y que cuando llegamos a casa agotados puede que no nos apetezca mucho atender a los pequeños.

Pero nos necesitan mucho más que la Nintendo o cualquiera de las numerosas actividades extraescolares que puedan tener. Porque cuando se crea ese vínculo de confianza que hace que te cuenten cómo les ha ido el día en clase o si se lo han pasado bien jugando con sus amigos, estamos poniendo las bases para que crezcan con la autoestima alta y con seguridad en sí mismos.

Y al mismo tiempo que ayudamos a un crecimiento sano en todos los aspectos, estamos invirtiendo en nuestro futuro como padres y madres. Dicen que “niño pequeño, problema pequeño; niño grande, problema grande”.

En mi caso, la adolescencia se va acercando poco a poco (la de los niños), fase de la vida que puede llegar a ser complicada, y pienso que es bueno trabajar el vínculo de confianza que tengo con ellos, algo que espero que dure toda la vida. Espero que me sea más fácil enfrentarme a los problemas que, sin duda, van a aparecer.

Por eso, hay una norma innegociable en casa: todos los días cenamos juntos. Después de los deberes, las duchas o de que jueguen un rato, nos sentamos a la mesa a la vez.

Es uno de los mejores momento del día. Se relajan y sacan mucho de lo que llevan dentro (no me atrevería a decir que lo cuentan todo). A menudo, incluso me ayudan a preparar la comida, y desde hace un tiempo, recogen la mesa. Luego les dejo un rato a su bola antes de ir a dormir.

Nos hablan de la importancia de hacer deporte, cuidar la dieta, descansar, atender la parte espiritual,… y es verdad, tenemos que atender todo eso, pero pasar tiempo de calidad con nuestros hijos es tan importante como todo lo anterior. Y cuando termina la cena y les ves lamiendo el plato (algo que saben que no hay que hacer pero que en la intimidad de casa les permito) porque les ha gustado lo que había, experimentas una forma de satisfacción que no tiene precio.

Para terminar el post de hoy, me encanta esta canción de Noa, que se titula “Take me”, y que dice cosas tan bonitas como:

take my hand and lead me through the darkest night
hold me, when I’m feeling low
hold me, never let me go
hold the part of me that fears the setting sun
hold my hand and tell of better days to come

(toma mi mano y llévame a través de la noche más oscura
abrázame, cuando me siento bajo
abrázame, nunca me dejes ir
mantén la parte de mí que teme a la puesta del sol
toma mi mano y habla de mejores días por venir)

Enjoy!!