El sitio de mi recreo

En este blog hablo mucho de la educación de mis hijos, de cómo los preparo para su edad adulta. La serie empieza en este post (que va enlazando con los siguientes). Lo que reciben en casa se completa (y complementa) con lo que estudian en los centros escolares.

Y hoy quería hablar sobre algo que se ha puesto de moda en escuelas y colegios, tanto públicos como privados: la regulación de los recreos.

En mi niñez, el recreo era algo así como “la jungla”. Pertenezco a la generación del “baby boom”. Cuatro clases de más de treinta personas por curso. En el patio coincidían partidos de fútbol, de baloncesto, el “truquemé”, niñas saltando a la comba o jugando a la goma,… Lo dicho, una auténtica jungla. Nadie nos decía lo que teníamos que hacer ni con quién teníamos que jugar.

Hoy los recreos están regulados en casi todos los centros escolares. En algunos, excesivamente regulados. Entiendo que el fútbol no puede ocupar todo un patio (o la mayor parte del mismo), porque no está bien que quien no esté disputando un partido tenga que andar esquivando balonazos.

Pero ya no tengo tan claro lo de prohibirlo por razones de evitar acoso o maltrato a niños que no juegan muy bien, o justificar esa decisión en una supuesta introducción de la perspectiva de género en la gestión de los recreos.

Ojalá fuera tan fácil arreglar las cosas de esta manera. Porque si un niño acosa a otro porque juega mal, si se elimina el fútbol ya aparecerá otra razón para repetir ese comportamiento.

En algunos centros se llega al extremo de configurar cada día los integrantes de los grupos de juego, es decir, un niño o una niña no elige con quién juega, sino que lo tiene que hacer con quienes le indiquen las personas que se encargan del cuidado del patio.

Y lo que me parece es que estamos desvistiendo un santo para vestir otro, porque el efecto más perjudicial (en mi opinión) de toda esta regulación es que los niños y las niñas dejan de tomar decisiones. Se les da todo pautado. Lo que pueden hacer, lo que no, con quién juegan hoy,…

La jungla del patio de mi niñez era una broma en comparación con el mundo que se van a encontrar nuestros hijos e hijas cuando lleguen a la edad adulta. Y lo peor de todo es que la cosa no mejora según van creciendo.

Hace poco hablaba con una amiga que es profesora universitaria. Cuando hicimos la carrera había una asignatura en la que el único examen que valía para aprobar era el de junio. Había un parcial en febrero que no contaba para nada, por lo que no se presentaba nadie al mismo. Desde octubre hasta junio nos buscábamos la vida y teníamos completa libertad para organizarnos.

Hoy hay evaluación continua. Cada mes se hace un control. Otra vez, todo muy pautado, organizado y “masticado” para que nadie se “pierda” por el camino. Consecuencia: para algunas cosas, la juventud (o parte de ella) es incapaz de hacer nada por su cuenta, porque no han tomado una decisión nunca. No han aprendido a llevarla a la práctica, a acertar y a equivocarse (con el consiguiente aprendizaje que conlleva dicha experiencia).

Mi amiga me habla de chavales y chavalas que van con sus padres o madres a hacer cualquier trámite administrativo (como la matrícula) o incluso a revisar un examen. ¡Estamos hablando de la universidad, de personas que ya tienen la mayoría de edad! Y cuando acaban la carrera (o están a punto de hacerlo), se le acercan con la pregunta “¿y ahora qué hago?”.

Vivimos en una época en la que mucha gente se quieren evadir de sus responsabilidades. Si mi hijo es un pegón o un abusón, no puedo descargar mi deber como padre de reconducir su actitud en el colegio. Lo tengo que hacer yo en casa. Como decía antes, ojalá todo fuera tan fácil de arreglar eliminando una determinada cosa.

Tengo muchas horas de columpios a mis espaldas. He visto de todo (me refiero a peleas). De ellos y de ellas. ¿Prohibimos los columpios? ¡Por supuesto que no! El conflicto es muy habitual en las relaciones personales, y la ventaja de la niñez es que se manifiesta con mayor transparencia. Es una magnífica ocasión para trabajarlo y fomentar el respeto a las demás personas, a sus diferentes puntos de vista, creencias,…

Pero también hay que preservar (y fomentar) los espacios en los que los niños tengan amplios grados de libertad para elegir a qué quieren jugar y con quién, que puedan disfrutar de las personas con las que tienen una afinidad especial sin que eso suponga pelearse o despreciar a las demás, porque cuando sean las personas adultas del futuro se van a encontrar con un mundo en constante cambio y lleno de incertidumbres donde van a tener que estar tomando decisiones de manera continua (y llevándolas a la práctica), algo que ahora no están haciendo.

Si hay una canción apropiada para terminar este post, es esta de Antonio Vega llamada “El sitio de mi recreo”.

Enjoy!!