Estos días se están celebrando las pruebas de Selectividad por todo el país. Miles de jóvenes se enfrentan, en dos días, al “examen de los exámenes”, con el que se determinará la nota final que resumirá su paso por el bachillerato y que les facultará para ingresar en la Universidad.
Hay quien podrá escoger facultad y carrera. Hay quien no llegará a la nota de corte para estudiar aquello que desea donde desea y tendrá que introducir variaciones sobre el plan que pudiera tener establecido. Es una de las primeras lecciones de vida que reciben personas que rondan los 18 años. Empiezan a saber lo que supone convertirse llegar a la mayoría de edad.
El lunes iba escuchando una tertulia radiofónica en el coche. Uno de los participantes hablaba del hecho de la cantidad de padres que acompañaban a sus hijos al examen. Y dijo algo así como “les damos tantas cosas hechas que al final no saben ni atarse los cordones de los zapatos”.
Hace poco escribí sobre ello en este blog (puedes leer el post pinchando en este enlace). Coincidía con lo que se decía en la radio. Y después de leer esta noticia me reafirmo en lo que puse: más de 20.000 alumnos han firmado una queja contra la prueba de matemáticas que ha habido este año en Valencia, y “exigen una solución ya”.
El problema está en que han estado preparando a los alumnos para un tipo de pregunta que no ha caído en el examen. He oído en la radio (sí, me encanta la radio) a una profesora y a dos examinados decir que lo que preguntaron había que saberlo, pero que no había derecho a cambiar el modelo de examen. La profesora estaba bastante enfadada.
Yo, sin embargo, llego a tres conclusiones.
La primera, es que no termino de entender la razón de que la Selectividad no sea igual para todo el país y se celebre en las mismas fechas. España tiene distrito único universitario, es decir, una persona de Sevilla, con su nota final, puede pedir el ingreso en una universidad de Barcelona o de Valladolid. Las matemáticas son matemáticas en Valencia, Madrid o Jaén, y por lo tanto, si la nota vale igual en cualquiera de esos territorios, el examen debería ser el mismo.
El problema es que la competencia de Educación está muy descentralizada y se pierde la visión de conjunto de país, con lo que los planes de estudio son diferentes en cada comunidad autónoma (con la sanidad ocurre algo parecido; la atención y la cobertura cambia en función de la autonomía en la que te encuentres). En este punto no se contempla una solución a corto plazo, lo que significa que cada año oiremos la misma cantinela (que si el examen en tal sitio ha sido más difícil que en otro…).
La segunda conclusión es que no se ha preparado bien a los alumnos para el examen. Como decía antes, la profesora y dos estudiantes (los dos que han hablando en la radio) reconocían que había que saber lo que se preguntaba en la prueba. Por lo tanto, la conclusión cae por su propio peso.
Sería muy simplista cargar toda la responsabilidad en el profesorado. Cada vez que salen los resultados de la evaluación de PISA, España está levemente por debajo de la media (con alguna excepción autonómica), especialmente en matemáticas y ciencias.
La Educación es una de esas “cosas de comer con las que no hay que jugar”. Este país necesita un pacto que integre todas las opciones políticas y singularidades regionales, de manera que terminen las reformas en la materia cada vez que hay un cambio de gobierno. Por desgracia, tampoco se contemplan avances en este aspecto en el corto plazo.
Y mi tercera conclusión es que los estudiantes tienen que empezar a entender lo que significa hacerse adulto. Lo que ha pasado en Valencia no es nada comparado con lo que se van a encontrar más adelante.
Les toca vivir en un mundo globalizado donde ocurren y van a ocurrir, cada vez con mayor frecuencia, cambios inesperados en distintos ámbitos, y que van a suponer nuevas reglas de juego. Cuando se enfrenten a este tipo de situaciones, ¿a quién van a pedir “una solución ya”?
Tienen que aprender que deben hacerse responsables de su vida, de los resultados que obtienen, y que las soluciones no pueden venir desde fuera. Tienen que aprender a “atarse los cordones de los zapatos”. Tienen que hacer propia la cultura del esfuerzo, porque hagan lo que hagan, van a tener que trabajar mucho. Y tienen que aprender a vivir con fracasos, gestionarlos, y utilizarlos como palanca de crecimiento posterior. Porque eso es la vida. Experimentar, acertar a veces, otras fallar, caerse, y luego levantarse, y si se es inteligente, aprender de los errores. Así se avanza y progresa.
La esperanza de vida cada vez es mayor. El número de personas que llegarán a centenarias aumenta significativamente. ¡Más vale que espabilen, por la cuenta que les trae!
Y por supuesto, mucha suerte y ánimo a quien se esté examinando estos días.
Como banda sonora del post de hoy, traigo esta canción de Nirvana (“Smell like teen spirit”), que pegó fuerte en las listas cuando yo estaba en 4º de carrera. ¡Todo un temazo!
Enjoy!!